CARTA A UN AMPUTADO DESCONOCIDO   


Amigo amputado: 

A ti, como a mi, nos han arrebatado una parte de nuestro cuerpo. Pensamos que es injusto. Que eso sólo les ocurre a los demás, pero, ¿por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Estas y muchas más preguntas se nos vienen, o se nos han venido a la mente.

Con la mejor intención, algunos seres cercanos procuran aliviar nuestra pena diciendo. ¡Hombre, podría haber sido peor!

¿Pero quién dice lo que es peor para uno o para otro?

Para mí, -para nosotros-, lo peor es que me hayan quitado una parte de mi cuerpo. Los médicos (¡qué sabrán los médicos!), me han dicho que es lo mejor que pueden hacer por mi salud. ...Un poco de fisioterapia, una prótesis, ¡Y a caminar que son dos días!

¡Qué fácil es decirlo!

He oído, o leído por ahí, que yo soy mi cuerpo. ¡Qué memez! También he escuchado que yo no soy cuerpo con un alma, sino un alma con un cuerpo. (Eso me tranquiliza)

Según van pasando los meses, poco a poco uno va saliendo del trago. O por lo menos, de ese primer trago amargo.

Me paso un corto y largo período de prostetización. Yo no sé si soy yo quien se ha de adaptar a la prótesis, o es la prótesis que se ha de adaptar a mí. (Me temo, que para desventura de los ortopedas, lo segundo es lo correcto)

Una vez que ya camino, más o menos bien, una vez que he dejado los bastones o muletas, una vez que me he dicho, ¡adelante!, ahora viene, tal vez, lo peor. Sí, lo peor.

Pero ¿lo peor no era la amputación? No. Lo peor son los fantasmas que a uno le asaltan acerca de cómo se expone uno a los demás.

El diálogo interno no acalla: ¡Fíjate, este o esta me mira! Se ha dado cuenta de que soy “distinto”.

Ah, no, ¡yo no soy un número de circo!. O tal vez sí...

Nos gusta lo esperpéntico, lo raro, lo fuera de lo normal, etc. Pero si yo no soy normal. Menos que normal. Por eso me llaman minus-válido. Ah, entiendo. Que soy menos válido que los demás. ¡No, no, eso no puede ser! En algún sitio leí discapacitado. Pero, espera, espera. ¿Querrá decir dis-capacitado, que soy menos capaz que otros? ¿Que soy menos hombre o menos hembra? ¿Que soy menos inteligente? ¿Que soy menos persona?

No. No puede ser. ¿Me habré metido en un laberinto que no hallo salida? ¿Por qué toda esa verborrea me suena terrible? No puede seguir así. ¡Que paren el mundo, que me apeo!  

Amigo amputado. El inexorable y sanador bálsamo del tiempo poco a poco va dejando, desde el muñón hasta el muñón del alma, una suave y plácida paz.

Llega ese sublime momento en que uno se he dado cuenta. El momento de la iluminación. El momento en que “uno vuelve a nacer”. El momento en que se toma conciencia de que uno ha centrado todas sus energías, sus pensamientos, sus ilusiones y fantasías, sólo en una parte del cuerpo. Justamente en aquella que ya no se tiene.

, ahora me doy cuenta que me han amputado una parte de mí que no funcionaba, pero el resto, sí funciona, ¡y cómo funciona!

Ahora más que nunca. Me doy cuenta de lo frío que está el suelo al poner el único pié que me queda. (los demás seres humanos, probablemente, ni se percatan). Y así, poco a poco, voy tomando conciencia de que mis sentidos se han agudizado, mi sensibilidad, mi capacidad de amar, -o de odiar, que es lo opuesto-. Soy consciente de que los demás compiten con fuerza y violencia como perros de pelea. Me doy cuenta de que, sobre todas las cosas, he de preservarme. No puedo caer en ese juego absurdo de competencia. Valoro más otros atributos que no son el resto de lo que queda de mi cuerpo. Intuyo que ese es el camino. He de abrirme paso en la vida, no por la fuerza bruta del salvaje, sino por mis tres joyas más apreciadas: mi mente, mi corazón y mi inteligencia.  


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