Cuando
era profesor de filosofía en las clases que daba, me gustaba jugar con
la nada. Encontraba en el empleo de tal término una extravagancia de la
imaginación y que los discursos que se basaban en ella cometían un
fraude intelectual. Hegel inauguró su dialéctica oponiendo el ser a la
nada y en base a esa contradicción justificó el totalitarismo. Yo
jugaba con la nada, ya que era mi forma de rebelarme a la dictadura
ideológica que buscó dominar a El Salvador.
Siempre cuestioné a la nada y milité del lado del ser. Hasta
que la nada explotó. Una bomba terrorista colocada en mi casa al
mediodía del 5 de abril de 1989 me arrancó partes del ser de mi
cuerpo. Quedé con vida. Veinte días después desperté en el hospital.
Inmovilizado en una cama, lo primero que oí fue a un doctor decirme que
me había cortado lo menos posible. Vi mi brazo derecho mutilado. Varios
días después me convencí de la parálisis de mi brazo izquierdo.
La nada se instaló en mí. Una mano que ya no estaba, un brazo
que estaba, pero que no respondía. Ausentes los dos. El cuerpo era,
pero con la nada en él. No es una distracción filosófica. Yo vivo
ahora con la nada.
Mi cuerpo es consciente de la nada que me acompaña. La bomba me
volvió un discapacitado mayor. Inauguró una relación del yo con
mi cuerpo transformado. Pero la nada me hizo estar más consciente del
ser. Yo no soy un cuerpo completo, soy con ausencias. Sin embargo estoy
claro del valor de la vida.
Tiemblo ante la vida. En mi condición de Embajador de El
Salvador en Ginebra (1990-1996) encargado de la política salvadoreña
sobre derechos humanos ante la Oficina Europea de las Naciones Unidas,
me empleé a fondo en ese universo como víctima del terrorismo. Pero el
más alto honor que tuve, fue el estar en esa ciudad cuando se iban a
dar debates importantes sobre los derechos humanos de los
discapacitados. Al no negarme como discapacitado y saber que ocupaba una
posición importante y que estaba en sesiones únicas, entonces hablé a
la par de los discapacitados o por ellos. Tengo un recuerdo maravilloso
de la sesión de la Subcomisión en contra de las Discriminaciones y
Protección de las Minorías en la cual el Profesor Leandro Despouy
presentó su Informe sobre los derechos humanos de las personas con
discapacidad. En dicha sesión sentaron en la Sala XVII del Palacio de
las Naciones, a los representantes de las agrupaciones de discapacitados
al lado del lugar de la delegación de El Salvador. Después de hablar
ellos me toco mi turno. El informe fue aprobado y conseguimos que fuera
publicado.
El
tema de la discapacidad llegó a la agenda de la Conferencia Mundial de
Derechos Humanos que se llevó a cabo en Viena por los esfuerzos de la
delegación de El Salvador, que introdujo el tema en las reuniones
preparatorias que se llevaron a cabo en Ginebra. Ha sido uno de los
honores de la nada: haber estado como discapacitado en reuniones
fundamentales para la discusión de la discapacidad.
Aún juego con la nada. Creo que si no me hubiera reído de las
nadas que hay en mi cuerpo, todo hubiera sido más difícil. Me reí la
primera vez que no pude alcanzar las cosas con mi brazo derecho; como
continuo riéndome cuando mi brazo izquierdo es torpe, dejando caer las
cosas, botando vasos o tazas en la mesa.
También sé ser serio, guardo una alegría ceremonial cuando las
personas me saludan con la mano izquierda. En Ginebra me saludaban así
los delegados que conocían los dolores de las guerras. Me imagino que
ellos saben de la nobleza de la nada.
Celebro
la verdad del ser que soy en su transformación con la nada. Siendo en
un cuerpo con ausencias, la nada me ha manifestado el valor de la vida.
Vuelvo a militar por el ser, reforzado con la luminosidad de la
discapacidad.
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