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CONVENTO DE SAN FRANCISCO
Sobre las gradas, la iglesia; | |
junto al balcón, la espadaña; | |
los frailes, ya en el olvido; | |
en las piedras, la añoranza... | |
El fuego segó la vida | |
de las calles centenarias. | |
Tiene un no sé qué la iglesia | |
y un no sé qué la espadaña. | |
Tal vez recuerdos lejanos | |
de las lejanas montañas | |
en que cantaban los frailes | |
e | letanías gregorianas. |
Enhiesta estás, como el día | |
en que el cantero te alzara | |
frente al murallón de cal, | |
cerca de las auraucarias | |
que en las horas del ayer | |
hicieron nido en la plaza. | |
Torre de recios sillares, | |
asiento de las campanas | |
que, en vez de tocar a muerto, | |
van salmodiando plegarias. | |
Frailes de mirada limpia | |
-sayal raído y sandalias- | |
van predicando a la luz | |
la pobreza franciscana, | |
con los ecos que coronan | |
las crestas de las montañas. | |
Iglesia de San Francisco, | |
limpia y erguida espadaña, | |
cómo repica el recuerdo | |
a la luz de la mañana. | |
Un no sé qué se aposenta | |
en los rincones del alma. |
Carlos Acosta |
Tenerife |