Tengo 57 años. Nací en Rivera, provincia de Buenos Aires (Argentina). Soy artista, mientras se pueda. Mi familia son mi hermana y mi sobrina. No tengo hijos. Me enamoro cada 15 años. Soy Tauro. No soy lo bastante rico como para ser de derechas. Empiezo una gira con mi espectáculo Orgullosamente humilde |
PAVLOVSKY: Me llamaron argentino maricón y lloré
Pavlovsky: ¿nombre artístico o real? -Real: mis abuelos eran judíos rusos que emigraron a Argentina, a principios de siglo. Yo me crié en una colonia de rusos. -¿Qué le ha quedado de ese ambiente? -Cuando veo una boda judía tradicional en una película siento algo. De pequeño debí de asistir a alguna de esas celebraciones. -¿Cómo fue su infancia? -Más difícil que la de los demás: mis amigos eran de familias ricas, y yo no. Desde los 12 años, además de estudiar, decidí trabajar para poder seguir su tren de vida. -¿No se resentían sus estudios? -No. En el cuadro de honor de clase siempre figuraban cuatro niñas... y yo. Y yo, el primero. Eso sí me creó problemas: me sentía rechazado por mis amigos. -¿Y qué hizo? -Decidí ir mal en la escuela: me igualé para ser aceptado. De eso que me he dado cuenta luego. -¿Cuál era su vocación por entonces? -Si hubiera pasado un circo por el pueblo, me hubiese escapado. Mi fuga fue salir a estudiar arquitectura a Buenos Aires. A la vez, trabajaba como extra en un teatro de ópera. Mis amigos me convencieron de que lo mío era el teatro, y les hice caso. -¿Y por qué se vino a España? -Presencié en 1973 el regreso de Perón. Todos creyeron que Argentina se arreglaba, pero yo intuí que se pudría. Le dije a mi hermana: “Me voy a España”. Mi hermana, recién separada y con una hija, me dijo: “Vamos contigo”. -¿Qué impresión le dio aquella España? -El día en que llego aquí oigo a uno que dice: “¡Han matado al presidente!”. Pensé que habían matado a Franco y le dije a mi hermana: “Creo que llegamos el día justo”. Era el día en que mataron a Carrero Blanco. -Y empezó usted a labrar su fama con un personaje sexualmente ambiguo... -Aquí había un morbo contenido hacia todo eso, una eclosión... Hoy es más fácil, con personajes como Boris Izaguirre en la tele... Y que hacen falta, que aún son necesarios. -¿Fue usted pionero de la causa gay? -Más mérito tenía Ocaña, que salía a la calle vestido de mujer. Yo sólo me maquillaba para actuar. Pero era una época divertida, de muchas acciones ciudadanas. -¿Qué tipo de “acciones? -Un día me vestí de mujer y asistí a la ópera con un señor, los dos en un palco del Liceu. Todo el teatro estaba pendiente de nosotros. Yo entraba en el baño de hombres, en el de mujeres... -¿Qué reacciones provocaba su personaje de “la” Pavlovsky a finales de los setenta? -Había mucha agresividad. Yo me defendía bien, pero... En Barcelona de Noche, un día, había una mesa de tíos borrachos, fachas, cabrones: aguanté sus insultos, pero cuando mezclaron mi tendencia sexual con mi nacionalidad, “argentino y maricón”... eso me afectó. Me fui llorando al camerino. -Pues tiene usted fama de ser rápido y mordaz en la réplica... -Bueno, sí, ha habido situaciones divertidas. Yo dejaba que la gente me preguntase de todo, ¡de todo! Y va una señora y me dice: “Esta pregunta es para el homosexual que hay detrás de usted”. Me giré y le dije al pianista: “Esta pregunta es para usted”. Tuve reflejos, ahí, y nos reímos muchísimo. -¿Y nunca le ha apetecido formar una familia, tener hijos...? -He hecho todos los intentos, desde tener diferentes parejas hasta vivir en comuna. No han funcionado. Pero la vida ha formado mi familia, que son mi hermana y su hija. Y no estoy solo nunca. -Me alegro. -Es curioso, pero he observado que yo me enamoro una vez cada 15 años. Una en 1970, otra en 1985... -Pues le toca enamorarse el año que viene. -Sí, sí, estoy esperando... Las parejas, hasta ahora, me han durado seis o siete años. Tras la crisis con la última, en 1990, me volqué en mi trabajo. A la vez, empezaron a morirse todos mis amigos. Todos... Caían... -El sida... -Yo acababa mi función y corría al hospital. Enterraba a un amigo y volvía a la función. No me apetecía, pero me maquillaba y me iba a divertir a la gente. Me lo imponía. Por algún lado tenía que salir esa presión... -¿Y por dónde salió? -Por una parálisis facial. Una madrugada estaba en casa tomando café y vi que se me salía de la boca y manchaba la camisa. “¡Qué torpe!”, pensé. Con un espejo delante hubiese visto que se me había derrumbado la parte derecha de la cara, pero no noté nada. Seguí mirando la tele, haciendo tiempo para una avión que debía coger a las siete de la mañana. Cuando entró mi hermana, vio mi cara y se llevó un susto de muerte. -Ahora no se le nota demasiado... -A Pujol le pasó algo parecido y se lo arreglaron rápido. Pero yo estuve con la cara muy deformada durante meses, y un año y medio sin subir a un escenario, tratándome con acupuntura. Me sentía mal, pero no por la cara torcida, sino por vivir como un jubilado... Un buen día, aún con un ojo cerrado y con la boca de lado, volví a subir al escenario. Trabajar me curó. -Menuda experiencia... -Pues me volví mejor, más positivo, más comprensivo con las tonterías. Más sabio. -¿Qué le gustaría que le pasara cuando termine la entrevista y salga de este bar? -Que se me presentase ya el amor ese del año que viene. Me quedo aquí esperando un rato, si hace falta. |
|
EN EL BAR Pavlovsky me cita en el bar El Paraigua, en la placeta que sestea detrás del Ayuntamiento de Barcelona. Vive ahí, en el piso que fue de Lluis Llach. Es su mundo: en ese bar desembarcó al llegar de Argentina y ahí se topó "con Serrat, Pi de la Serra, Llach, los Lliure..., todos". Antes de charlar, las fotos: "No me seas cruel", le ruega al fotógrafo. "No me saques de este lado, que tuve parálisis facial", le explica, pero obedece, dócil, a todo lo que Alguersuari le pide. Pavlovsky llegó hace 25 años para ser parte de nuestro paisaje por su ingenio mordaz y rápido, al que saca todo su brillo en el cara a cara con el público. "¡Mira, es Pavlovsky!", le sopla una señora a otra, en el bar. "Péinese, señoras -aconsejó él-, que pueden salir en 'La Vanguardia' |
VÍCTOR-M. AMELA |
|
LA VANGUARDIA 28 de mayo de 1999 |
|